Ya no se trata únicamente de sembrar y esperar. Ahora, con análisis químicos y físicos del suelo, datos sobre la calidad del agua y formación especializada, las mujeres agricultoras están accediendo a un conocimiento que tradicionalmente les ha sido negado. Con ello, están redefiniendo su rol: no solo como productoras, sino como gestoras del territorio, defensoras del equilibrio ambiental y protagonistas de un modelo agrícola más justo y resiliente.
Este paso supone mucho más que el uso de nueva tecnología. Implica un cambio de actitud frente a la tierra: una ruptura con la lógica de la agricultura extensiva, basada en la sobreexplotación y el monocultivo, que por décadas priorizó el aumento de la producción sin considerar los daños colaterales sobre los ecosistemas y la salud de las comunidades.